En este articulo voy a comentar como se puede formar un trauma de apego, también llamado trauma oculta, trauma infantil.
Comparte características con otros traumas, con la diferencia que se puede crear en momentos en los que no tenemos capacidades para transformar la experiencia y entender qué ocurre.
Qué es Trauma
Específicamente, la psicología define el trauma psíquico como una experiencia intensa que produce un impacto emocional duradero, quedando grabado en nuestro inconsciente.
Si acudes al diccionario de la RAE a buscar la palabra trauma, éste comienza aclarándote que procede del vocablo griego τραῦμα que significa herida. Tres definiciones más.
- Lesión duradera producida por un agente mecánico, generalmente externo.
- Choque emocional que produce un daño duradero en el inconsciente.
- Emoción o impresión negativa, fuerte y duradera.
El Trauma Psíquico y su Historia
Durante siglos, el Trauma Psíquico (TP en adelante) se ha sentido tan peligroso, que sus manifestaciones y sus efectos se achacaron siempre a posesiones demoníacas o a exóticos movimientos uterinos que, además, explicaban por qué éramos las mujeres (ya de por sí seres considerados más vulnerables, influenciables y, por qué no decirlo
«raros») las más afectadas.
Hasta hace bien poco, habían sido gurús, chamanes, brujos, confesores y magos de distinto origen y condición (también inquisidores, verdugos y otras salvaguardas de la moral y el orden, por supuesto) los que se habían atrevido con ello, con eso de ocuparse de las heridas del alma.
Todo ello con mejor o peor fortuna…
Parece imprescindible pues, que nos preguntemos qué tiene de peligroso el trauma psíquico.
No fue hasta hace poco que la ciencia comenzó a estudiar el trauma de forma rigurosa, descubriendo que el impacto emocional puede ser tan profundo como el físico. ¿Pero por qué el trauma emocional es tan complejo y difícil de superar? Para entenderlo mejor, podemos compararlo con una herida física.
Trauma Psicológico y Cicatrización
Cuando sufrimos una herida en la piel, el cuerpo activa procesos naturales de reparación: primero, una fase de inflamación, luego, la proliferación celular para cerrar la herida, y finalmente, la remodelación de la piel. De manera similar, en psicoterapia, el tratamiento del trauma emocional también se divide en tres fases:
- Estabilización y regulación emocional.: En esta etapa, la persona aprende a gestionar sus emociones intensas y a reducir la ansiedad.
- Procesamiento del trauma: Se trabaja para integrar y darle sentido a las experiencias dolorosas.
- Reconexión o integración: Finalmente, la persona reintegra su experiencia traumática de manera saludable, logrando un sentido de estabilidad y paz.
Al igual que una herida física deja cicatrices, el trauma psicológico puede dejar «cicatrices emocionales». Sin embargo, con la intervención adecuada, estas heridas pueden sanar, y la experiencia traumática puede convertirse en una lección valiosa.
Trauma en la infancia
El trauma emocional en la infancia, como la negligencia o la falta de apego seguro, es especialmente delicado. Un niño depende de sus cuidadores para sentirse seguro y amado, y cuando percibe señales de que no es así («no me quieren», «no soy importante»), se crea una profunda herida emocional. Este tipo de trauma puede llevar a que el niño desarrolle una visión distorsionada del mundo, donde se ve a sí mismo como indigno de amor o atención.
Para sanar de manera natural, un niño necesita poder hablar, pensar y soñar sobre lo que le ocurre. Sin embargo, si el niño no recibe validación o empatía de sus figuras de apego, se verá obligado a reprimir sus sentimientos para «sobrevivir» emocionalmente. En el silencio, el trauma crece y puede llevar a consecuencias graves en la adultez.
Hablar sobre el trauma
Para curar el trauma de manera espontanea tenemos tres actuaciones fundamentales: hablar de ello, pensar en ello y soñar con ello.
Hablar del trauma no es fácil. Las víctimas de traumas, especialmente cuando son niños, suelen temer las consecuencias de hablar: «Si lo cuento, se enfadarán», «No me creerán», «Es mi culpa». Estas ideas, junto con el miedo a la desvinculación de sus seres queridos, llevan al niño a callar y reprimir sus emociones, lo cual profundiza el daño psicológico.
Este «silencio» no solo afecta a experiencias extremas como el abuso, sino también a situaciones más comunes: padres que discuten frente a sus hijos, cuidadores ausentes emocionalmente, rechazo en el colegio o una falta de atención a las necesidades emocionales. Sin importar la causa, estos momentos pueden acumularse y formar un trauma psicológico de larga duración.
El problema es que ya en la primera de estas tareas «contar lo que nos ocurre» se presentan importantes dificultades.
Hablar
Veamos eso de “Hablar de ello”. Hablar… ¿con quién? ¿Contarlo? ¿Qué contar? ¿Cómo contarlo? ¿A quién? Imposible. Se enfadarán, se decepcionarán, me castigarán, se morirán, no me querrán, me moriré… Frecuentes estas preguntas y afirmaciones, ¿no es así?
Son las que escuchas siempre en las víctimas de sucesos traumáticos cuando consiguen hablar de ello años más tarde y revelan lo que sintieron y pensaron de niños.
Cuando sucede cualquier acontecimiento impactante acudir llorando a ser consolado y “curado” por mamá o papá (o la figura vincular responsable), en el caso de determinadas experiencias, la amenaza de la desvinculación (y con ella, de la aniquilación), obliga al silencio.
Y el niño calla y la gangrena se extiende…
¿Contar o callar?
¿Qué contar? Toda experiencia conlleva cierto contenido externo que puede ser fácil de relatar porque es aquello que se ha visto. Pero hay una cantidad importante de contenido interno, ese que se ha percibido, sentido o notado porque suponen sensaciones corporales y emociones, que no resulta tan fácil de narrar.
La dificultad estriba en que, para ello, es necesario un trabajo previo de traducción. Para el niño, es imposible organizar la experiencia interna sin la ayuda de unos referentes externos que, siendo capaces de sintonizar con esas sensaciones y emociones que está experimentando, puedan desarrollar esa tarea que supone reconocer, nombrar, legitimar y enseñar a manejar todo lo que engloban, o sea, capaces de traducir.
La clave aquí está en el concepto de sintonización, la base de una respuesta contingente por parte de un cuidador y, por lo tanto, del apego seguro.
Pero, para que un cuidador pueda sintonizar con las necesidades de su bebé, ha tenido que ser, digamos, previamente “entrenado” en esta tarea y, en consecuencia, ha tenido que haber aprendido, a través de la interacción con sus mayores, a legitimar, etiquetar y regular sus propios estados de ánimo.
Poner mente a emociones y sensaciones es una tarea que depende de los otros y, en consecuencia, de su disponibilidad, receptividad, capacidad de sintonía, proximidad y responsividad.
Supone un círculo vicioso del que es muy difícil salir pues, como decíamos, el contexto manda
El contexto manda
Sí, el sistema te impone sus reglas y éstas dicen que ciertos temas no se airean. Y no solo temas tan claramente escabrosos como el abuso o el maltrato.
No se airea tampoco lo mucho que duele y que asusta que mamá y papá no se lleven bien y discutan y se griten y se enfaden; que me dejen todo el día con una cuidadora que no habla mi idioma y que tiene que cuidarnos a mis hermanos y a mí, tiene que hacer las tareas de la casa y además, está deprimida porque está a miles de kilómetros de su hogar, de sus padres y de los hijos que dejó allí y a los que echa horriblemente de menos…
Que no haya tiempo para estar conmigo y contestar a mis preguntas; que a nadie le importe qué siento, por qué lloro o qué me preocupa y, por tanto, no se me pregunte por ello.
Que dude de mi derecho a ser querido y cuidado y protegido y por tanto no me atreva reclamar nada de esto.
Que sienta que me tratan mal en el colegio y yo calle porque sé que no solo no lo van a entender en casa sino que, muy probablemente, incidirán en que soy yo el culpable y me lo merezco o que debería quejarme menos y espabilar más y aprender a defenderme solo.
Que no se tengan en cuenta mis necesidades pero que me pase el día escuchando que todo se hace por mí, por mi bien, por mi futuro, porque se quiere lo mejor para mí…
En fin, que dependiendo de cuál sea la naturaleza del acontecimiento traumático y cuál el discurso (mensaje, decíamos antes) que el contexto suele pronunciar sobre dicho acontecimiento, se nos permitirá hablar o se nos empujará a callar.
Se nos silenciará y se nos invitará a pensar lo menos posible y pasar página y a otra cosa mariposa, «espabila que lo que tienes que hacer es animarte», ver el vaso medio lleno, darte cuenta de la suerte que tienes en realidad, si yo te contara…, la verdad es que no tienes motivos para quejarte, mira solo el lado bueno… y otras lindezas por el estilo, narradas con mejores o peores intenciones y recibidas, como mínimo, con indiferencia y, con peor suerte, con culpa (es cierto, si ya decía yo que soy una mala persona, me quejo de vicio, soy un desastre, no merezco lo que tengo, etc., etc.)
Ahí es donde se instala definitivamente una herida y donde jamás cicatriza…
Cifras
Por desgracia, según estudios recientes, el trauma en la infancia es tan frecuente que debe ser considerado normativo, es la norma, lo normal.
Los datos estadísticos son sobrecogedores: solo en relación a la victimización sexual, en Europa, uno de cada cinco niños (One in five es el lema de una campaña de sensibilización impulsada por el Consejo de Europa) sufre una experiencia de dicha naturaleza.
A este respecto merece la pena hacer referencia a las cifras que nos presenta Bessel van der Kolk en su último libro “El cuerpo lleva la cuenta”.
En él, Van der Kolk afirma que uno de cada cinco estadounidenses sufrió abusos sexuales de niño; uno de cada cuatro fue físicamente maltratado por uno de sus progenitores hasta el punto de dejarle alguna marca en el cuerpo; y una de cada tres parejas recurre a la violencia física. Un cuarto creció con familiares alcohólicos, y uno de cada ocho ha sido testigo de cómo pegaban a su madre.
Experiencia vital óptima versus experiencia traumática
Vamos a desmenuzar las características que distinguen a la experiencia vital normal de las propias de la experiencia traumática.
Características de la experiencia vital “óptima”
Imaginemos a cualquier “cachorrillo” de humano expuesto a los avatares del día a día.
Por ejemplo, a éste:
El mundo “ingresa” en él a través de sus sentidos en forma de inputs sensoriales y, en consecuencia, provocará una serie de respuestas internas que llamaremos a partir de ahora “experiencia interna”.
Esta experiencia interna provoca una respuesta, como reacción, que supondrá emociones, sensaciones corporales, cogniciones y conductas. Estos cuatro, son los elementos comunes a toda experiencia.
En el mejor de los casos (lo que supone que las figuras de apego emiten una respuesta contingente basada en la sintonía con las necesidades del infante y en la adecuada traducción de sus reacciones) el niño podrá (con su experiencia interna traducida adecuadamente y con la heteroregulación apropiada por parte de sus figuras vinculares) incorporar la experiencia en forma de recuerdos integrados, los cuales almacenará en su memoria para que le sirvan de aprendizaje en futuras interacciones.
Esto, a su vez, generará la posibilidad de desarrollar una narrativa de lo sucedido que resultará completa, eficaz e integradora.
Quedaría esquematizado más o menos así:
Características de la experiencia vital traumática
Imaginemos al niño expuesto a un evento traumático, que será aquel que suponga un importante impacto emocional y que no cuente con la respuesta contingente y en sintonía con sus necesidades por parte de sus cuidadores que dejarán sin traducir su experiencia interna.
Aquel le lleva al niño a no poder regular su respuesta emocional y a generar creencias negativas erróneas sobre sí mismo y el mundo que le rodea.
Provocará que almacene los recuerdos de forma desintegrada.
Ese que lleva aparejada una respuesta corporal que se quedará asociada a la emoción para incorporarse en forma de memoria implícita y constituir un automatismo o patrones de conducta a la hora de responder en nuevas ocasiones ante estímulos que contengan similitudes con el original.
Ese que, por último, le llevará a actuar con conductas inadecuadas por poco adaptativas. Desde aquí, la narrativa que se organiza es incompleta (excluye una importante cantidad de experiencia interna que, al haber quedado sin traducir no se puede incorporar a la narrativa consciente), desintegrada (pues se obtiene una para cada uno de los elementos de la experiencia), totalmente incoherente con lo realmente vivido y, en consecuencia, muy poco eficaz, muy poco adaptativa.
De esta manera, los recuerdos asociados a ella se almacenarán de forma desintegrada colaborando a la generación de unas creencias totalmente erróneas y a una narrativa muy poco eficaz.
El sueño REM tratará de hacer su trabajo pero no será posible debido al alto nivel de excitación que ha quedado, de forma residual, asociado al evento, produciendo, eso sí, pesadillas que podrán estar presentes durante años.
Cómo si no va a garantizarse el niño que no entra en contacto con la realidad de lo que ha vivido: ser testigo de la incapacidad de su cuidador para empatizar con él, dar valor a sus reacciones, protegerle, cuidarle, quererle, respetarle, atenderle, ayudar a regularle, responder adecuadamente en función de su rol…
El Impacto del Trauma en la Vida Adulta
Las experiencias traumáticas no siempre son visibles ni fáciles de identificar. No obstante, el trauma no sanado en la infancia puede manifestarse en la adultez de múltiples maneras: ansiedad, depresión, problemas de autoestima, dependencia emocional, trastornos alimentarios, adicciones y dificultad para relacionarse de forma sana con los demás. La clave para sanar radica en poder dar palabras y sentido a estas experiencias que quedaron en el silencio.
Sanar el Trauma: Crear una Nueva Narrativa
La terapia del trauma consiste en dar voz a lo que antes estaba silenciado. La narrativa completa e integrada permite a las personas comprender, aceptar y reconciliarse con su pasado. En última instancia, al procesar estas experiencias de manera consciente, el individuo puede recuperar el control de su vida y entender que somos, en gran medida, el resultado de todo lo que hemos vivido.
Somos lo que somos gracias a lo que hemos vivido.
Aura Marqués
Psicóloga. Psicoterapeuta, Clínico EMDR
Palma de Mallorca