Las personas afectadas por la situación de emergencia o en una catástrofe, al desarrollar labores de asistencia inmediata en emergencias o desastres, conviene tener presente que:
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Las personas afectadas son en la gran mayoría, personas con un estado de salud mental normalizado. Los casos psicológico psiquiátricos patológicos constituyen una minoría.
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Casi toda persona que está envuelta en un desastre, sufre un accidente o cualquier otro tipo de situación crítica, experimentará algún tipo de alteración emocional con diferente grado de ajuste funcional a la situación. Hay que tener en cuenta que nuestro organismo está preparado para responder ante la percepción de una amenaza o peligro. Diversas estructuras cerebrales (amígdala, corteza prefrontal, neocortex) se activan con mayor o menor fortuna y contribuyen e influyen sobre el resto de los niveles de respuesta de nuestra biografía, en el afrontamiento eficaz o ineficaz de la situación.
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Nadie elije estar alterado emocionalmente en una situación crítica.
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Las lesiones emocionales son tan reales y tan serias como las lesiones físicas.
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Las reacciones de estrés agudo ante situaciones de daño o perdida han de ser consideradas inicialmente como reacciones “normales” en personas “normales” que han vivido o están viviendo una situación anómala, extraordinaria en sus biografías. Su consideración de “normales” no invalida que hagamos algo para contribuir a su alivio o afrontamiento.
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Todos tenemos un «punto de ruptura» a partir del cual entramos en crisis, es decir, en un estado de desestabilización, originado por la vivencia de la situación crítica, en la que nuestros recursos personales de afrontamiento se ven desbordados.
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Las personas tienen más recursos y resistencia psicológica de lo que aparentan.
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Las personas raramente se encuentran «destrozadas» por situación crítica o desastre. Pese al estrés sufrido, las personas habitualmente se van a desenvolver con los mínimos necesarios. Las reacciones de estrés son esperables y en la mayoría de los casos, temporales.
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Las personas afectadas responden a la consideración y el interés de los agentes de ayuda. Mostrar interés y facilitar apoyo frente a las preocupaciones de las personas proporcionan a éstas un sentido de identidad y de afrontamiento normalizado.
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Las personas pueden rechazar la ayuda si esta va acompañada de connotaciones de alteración de la salud mental, psicopatologías, trastornos, etc. Las batas blancas, las identificaciones como psicólogo o psiquiatra, las declaraciones en medios de comunicación referidas a síndromes (del superviviente, de estrés postraumático, etc.), pueden favorecer esta actitud de rechazo, frente a acercamientos que brinden apoyo humano, atención a afectados, etcétera.
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Las personas afectadas pueden mostrar emociones y actitudes ambivalentes. Los equipos de ayuda han de esperar que las personas muestren sentimientos opuestos (alegría por estar vivos y tristeza por aquellos que no han corrido la misma suerte) así como actitudes contrapuestas (no querer recibir ayuda, pero no saber cómo afrontar la situación). La comprensión, el respeto y la actitud de servicio pueden ayudar a ir colocando estos estados.
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Cada uno tiene derecha a sentirse como se siente. Este es el principio desde el cual comenzar a trabajar con sistemas de valores distintos o frente a actitudes de la persona afectada, objetivamente apartadas de la realidad (p.e. culpa por algo de lo que ni siquiera se es responsable).
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Las personas pueden rechazar la ayuda por razones de orgullo y dignidad. Ayudar a las personas tras situaciones de emergencia o desastre implica, salvo en situaciones de evidente riesgo, colocarse a su disposición y no “atornillar” una ayuda que no quieren o no están aún preparadas para recibir. Implica “hacer con” más que “hacer por” y tanto una como otra acción, sólo si su actitud muestra que lo desean o lo permiten.
Aura Marqués.
Psicologa General Sanitaria, terapeuta Emocional.
Experta en Psicología de Emergencias y Catástrofes.
Palma de Mallorca.